viernes, 11 de mayo de 2012

The Fight

Estoy bastante enfadada. Menuda forma de comenzar una entrada...

Si estáis leyendo esto sabéis que llevo un tiempo tratando de encontrar algún trabajo para poder sacar dinero este verano. Y también conocéis a mi padre, o al menos, un poco de su forma de ser.

Pues bien, ayer tenía una entrevista de trabajo. De los muchos curriculums que voy mandando, me habían respondido de una clínica de estética allá por el culo del mundo. No obstante, parecía una oferta relativamente buena, así que iba a ir a la entrevista con muchas expectativas. Pero antes de salir cometí mi primer error, y fue decirle a mi padre a dónde iba.

Normalmente no suelo hacerlo. No le hablo ni de las entrevistas ni de los trabajos y si puedo se lo oculto. Pero hoy me ha debido de pillar con las defensas bajas y se me ha escapado. A partir de ahí me he visto sometida al tercer grado: un interrogatorio con pelos y señales sobre cuestiones que ni yo misma me había planteado. Además, ya me marché dejándole cabreado, porque tuve que cortarle para irme ya que si no llegaría tarde. ¿Recordáis que el sitio estaba en el culo del mundo?

Una vez allí me entrevistaron e iba todo estupendamente. Tan estupendamente que ya me estaban sacando una copia del contrato para firmarlo. Pero, en ese momento me dijeron mi horario de trabajo. Que no es que el horario fuera malo, solamente incompatible conmigo. Nueve horas de jornada partida, de lunes a sábado, que me hacían salir a las nueve de la noche todos los días. ¿Problema? Que mis clases de música empiezan a las 8 y ya es el horario más tardío. Además, al estar en el culo del mundo tardaría cerca de hora y media en llegar a Arganda, que sí, está también en el culo dle mundo, pero en dirección opuesta, así que podría llegar a las 10.30. Y teniendo en cuenta que mi clase de solfeo termina a las 10 mala cosa.

En ese momento sencillamente no lo pensé demasiado. Fue un “si no puedo seguir estudiando, no me interesa”. Les dije que lo sentía mucho pero que el trabajo no era compatible con mis estudios. Además, me ofrecían un año de contrato inicial por lo que, aunque consiguiera hacer malabares para terminar el curso, no podría continuar el año que viene. Así que, no acepté.

De camino a casa, comencé a darle vueltas al asunto, más fríamente. Pero mi conclusión era la misma. Quiero un trabajo para tener dinero sí, pero quiero dinero para poder pagarme una escuela de música en condiciones para poder presentarme a la prueba de acceso el año que viene. Y con este trabajo, no podría seguir tomando clases. Es decir que el dinero “no me serviría para nada” y el trabajo en sí mismo, distaba algo de un trabajo al que quisiera dedicarme porque sí. Llegué a casa convencida de que había tomado una buena decisión.

Al llegar a casa, inevitablemente, mi padre me preguntó por la entrevista y le dije que no había conseguido el trabajo. Pensé que esto me salvaría del interrogatorio, pero no. Me fue preguntando, y yo, tonta de mí, le fui contestando hasta que él solo llegó a la conclusión de que no había cogido el trabajo por los horarios, porque quería seguir con la música. Y en vez de evitar el conflicto, sencillamente le dije que sí, que por eso había sido.

El resto, os lo podéis imaginar. Hemos vuelto a tener la eterna discusión “la música no tiene ningún futuro” y “has perdido una oportunidad de oro”. Creo que, sobre todo, lo que más me enfadó, nuevamente, es que pusiera el trabajo por encima de lo que de verdad quiero hacer. Quiero decir, el proponía “alternativas” con las que podría coger el trabajo. Todas, por supuesto, incluían dejar la música y dedicarme a tiempo completo al trabajo. Mientras, yo le decía que eso no eran alternativas porque dejar la música, otra vez, no era una alternativa. A lo que respondía que si la dejé una vez por los estudios, ahora podía hacerlo por el trabajo. Mi respuesta fue: “no quiero cometer los mismos errores dos veces”.

Era lógico que los dos teníamos puntos de vista distintos y que no nos íbamos a convencer de lo contrario. Por lo que la discusión podía seguir eternamente y yo no estaba por la labor. Así que se lo dije y me fui a dar una vuelta.

Sé que es lo de siempre y precisamente por eso estoy harta y me enfada tanto. Y me cabrea que no entiendan que me quiera preparar para el conservatorio y que quieran que no lo haga, me cabrea que traten de reordenar mis prioridades y sobre todo me cabrea el que piensen que “si hubiera estudiado una carrera de verdad, ahora tendría trabajo”.

Y eso es todo por hoy. Bueno, realmente por ayer, pero quería escribirlo hoy para ver las cosas un poco más fríamente y no en caliente tras la discusión.

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